domingo, 19 de octubre de 2008

Corazón Valiente

La columna del Dr. Acido Urico

Dame, Señor, el sentido del humor; dame la gracia de saber aceptar las bromas para que pueda sacarle a la vida un poco de alegría y la haga también participar a los demás.
(Santo Tomás Moro)

















Con A: Agónica – Angustiante – Aleluya.
Con E: Espectacular – Emotiva – Epica – Electrizante – Estresante.
Con I: Infartante – Increíble – ¿Impensada?
Con O:¡Ohhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!
Con U: U – N – I – C – A.
Estos son sólo algunos de los adjetivos para calificar la victoria y posterior clasificación del Equipo FASTA. Otra vez: agónica, épica, infartante, ¿ohhh?, única.
Antes de comenzar, el partido ya tenía más ingredientes que un locro bien picante: el eco de los goles del Cervantes que nos obligaban a ganar –sí o sí- para clasificar. (¿Por qué no se jugó a la misma hora?; los arcos con barro y aserrín que anticipaban más caídas que en “Patinando…”; los antecedentes de un rival –Bella Vista- con fama de hecatombero; el debut de un DT –el Ciego Augusto- al filo de una operación de rodilla; la incógnita ante la respuesta psicofísica luego del parate de dos semanas –ojo, somos buenos, pero ninguno estuvo con Basile- y el interrogante de un equipo novato que no está acostumbrado a jugar partidos decisivos.
Las preguntas se fueron respondiendo solas.
Entramos muy ansiosos. Tanto o más que un chorro en su primer toma de rehenes. No podíamos dar dos pases seguidos; el medio estaba partío como el corazón de Alejandro Sánz, déficit que obligaba a Roberto y Ricardo a salir a cortar el juego muy lejos. Hugo también pasó varios sofocones, al punto de que se lució sacando varias con los pies como portero de handball.
Lamentablemente, el gol como las caídas de las bolsas, se veía venir. Y vino, nomás, tempranito, luego de un corner al segundo palo que fue cabeceado por el fantasma del cementerio cordobés, porque apareció en la mira de golpe, fuera de foco, y nos dejó helados a todos.
¿Y nosotros? Un equipo largo, previsible, sin ideas ni sorpresa. Al punto que sólo hicimos un tiro al arco en 40 minutos, luego de una buena combinación entre Nicolás, Ignacio y “Orteguita”. Pero nada más. Mucha pobreza franciscana. A tal punto que uno de la tribuna dijo para la carcajada general: “Al FASTA le dicen tenedor moto: no tiene puntas…”
¿Y Bella Vista? Un equipo prolijo, con una defensa siempre bien parada, ya que los laterales jamás se proyectaban al ataque. Y a decir verdad, nos hicieron más precio que los ambulantes del semáforo, ya que erraron un par debajo del arco. Y para destacar: un comportamiento ejemplar.
Antes del cierre, una jugada polémica. Un puntero de Bella Vista le pegó seco al primer palo, ante la estirada de Hugo. Algunos pocos gritaron tímidamente gol. ¿Entró o no entró? Para el árbitro, no. Para Enrique, el sacerdote del equipo: “y, no sé, sigilo de confesión…”. Junto con la muerte de JF Kennedy y Carlitos Jrs, será el secreto mejor guardado de la centuria…
El entretiempo sirvió para serenarnos, tomar la pichicata contra la ansiedad y hacernos una pregunta esperanzadora: corrieron mucho, ¿tendrán aire para aguantar el segundo tiempo?
Augusto, más estresado que ejecutivo de Wall Street, hizo cambios: Bernardo por Fernando y el Cura Enrique por David. Arriba, un solo delantero: Fabián.
Y la premonición se hizo realidad. Como el Diego en el 94, Bella Vista se quedó sin piernas. Ya no llevaron más peligro y todas las pelotas divididas eran nuestras. Creció la enorme figura de Ricardo en la zaga; Matías y Nicolás mordieron en el medio; Bernardo anuló al 11 y arriba Fabián se las arreglaba con sus mañas rugbísticas para empezar a torcer la balanza.
Luego de varios of side dudosísimos, pudimos descargar. Llegó un centro llovido desde la derecha; el arquero salió muy lejos a cortar, quedó pagando y Fabián le pegó por arriba para que un defensor la peinara sobre la línea al fondo de la red.
Grito y desahogo. “Se puede”, gritaron todos.
Anunció Nicolás con un cabezazo por sobre el travesaño, y hasta el Cura hizo un gol de chilena como el Enzo ante los polacos, pero el árbitro, con fallos más cuestionados que la Corte Suprema, cobró agarrón.
“Calentá que vas a entrar”, le dijo Augusto a Ignacio, “el tenedor…” Faltan 15 minutos. Se pueden leer las mentes. “qué cambio ridículo, si Fabián está jugando bien…”. Hay murmullos, que se agigantan cuando se concreta la variante. “Ya está viejo”, “es una sombra”, “tiene menos aire que un buzo con la manguera rota”, “ni siquiera corre…” Si hasta su propio compañero prefiere la heroica de patear desde 35 metros a darle la pelota aunque esté solo –completamente solo- por la derecha.
Cuando a buscar la pelota para hacer un lateral, el 3 canchero se la tira lejos y le dice: “andá, viejo, acabás de entrar y ya estás cansado”. Entonces, se produce lo de siempre. Como al Dr. David Banner, del viejo Increíble Hulk, una descarga eléctrica le recorre el ADN y ya no es el mismo. Está furioso. Y para una defensa que un goleador, aunque abollado, esté sacado es firmar su propio certificado de defunción.
Todavía ni la tocó. Pero el olfato que jamás falla, le indica que pise el área chica. Suena la alarma. “Evacuación, evacuación”, dicen los parlantes de la defensa, pero es tarde. Un centro rasante supera varias piernas. El Tenedor, aunque inservible, por instinto se relame. Se activa. Lo lleva en la sangre. Está en su naturaleza. “Evacuación…”
Anticipándose a la salida del arquero, se tira una milésima antes y de tijera provoca el delirio.
La última cruzada está consumada. Los guerreros del Ciego dieron todo y se llevaron el premio. Con coraje y voluntad de hierro, se pudo torcer un horizonte de tormenta.
Clasificamos entre los mejores. Con angustia, a última hora, sí, pero parece que a este equipo la adversidad le sienta muy bien. Tiene un temple milenario.
Adversarios, estén alertas. No tomen ni celebren en demasía. Recurran al descanso reparador. Pero, antes de hacerlo, cierren las ventanas, traben las puertas y si es preciso pongan un sereno. Repito: mucho, mucho cuidado.
Un depredador anda suelto.
Ha comenzado el mito.
Un reconocimiento especial a los que no jugaron y se la bancaron sin chistar.

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